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lunes, 15 de diciembre de 2008

Mi amigo Vilka

Por Nalo Alvarado Balarezo 

Cuando desperté el viernes 23 de diciembre de 1960, las estrellas parpadeaban en el cielo y un hondo silencio cuajaba la puna. Mientras alistaba mi equipaje, los corrales de la manada de Tupucancha iban perdiendo lentamente sus contornos en la tenue claridad de la aurora. A diez para las seis, ya todo estaba preparado para viajar a Chiquián para pasar la Navidad. 

Al poco rato apareció por el cerro colindante mi abuelita, reflejando en su rostro mucha tristeza. Había salido de madrugada a buscar a 'Laura', una borrega preñada, muy querida por ella, que en la tarde anterior se perdió en la neblina. Charlamos un rato y postergamos el viaje para el día siguiente; entonces llamé a 'Vilka', uno de los perros ovejeros, y tomamos la posta de búsqueda. A las 06:30 sorteamos el bosque de piedras, donde las aves aún entumecidas por la escarcha, dormían acurrucadas sobre las cornisas morenas. Empezó a aclarar. Las cumbres de granito brillaban con los primeros rayos del sol; de pronto, un vizcacha chilló en la cima del roquedal llamando mi atención, y pensando que por ahí podría andar Laura, emprendimos el ascenso. 

Al coronar una cúspide rocosa me sentí fatigado y tuve que sentarme a descansar; mientras Vilka seguía subiendo jadeante por el desfiladero. Un sudor frío bañaba mi frente. Después de unos minutos reinicié el ascenso, levanté la mirada y no vi por ningún lado a mi amigo. Lo llamé varias veces, y al no escuchar sus ladridos descendí bordeando el roquedal. Los minutos pasaban rápido y ni señales de él. Preocupado trepé una mole de piedra desde donde podía dominar la parte norte del bosque, y para mi asombro, allí estaban Vilka y Laura, frente a frente, como suspendidos en el enorme peñasco vertical que besaba el cielo. Hasta parecían decirse algo con los ojos, mas ninguno podía avanzar, ni retroceder, menos dar media vuelta en la estrecha senda; un traspié, y 50 metros abajo la muerte era la única salida. 

Pero cuando menos lo esperaba, el perro se echó al piso estirándose lo más que pudo y  Laura pisando su cuerpo descendió despacio por el apretado sendero. Luego se paró Vilka y caminó hasta un recodo donde dio vuelta, y también descendió. Finalmente los abracé feliz y emprendimos el retorno a casa.

***

Durante el trayecto, con el viento flagelando mi poncho, me pregunté: ¿cuántos estaríamos dispuestos a seguir las enseñanzas de solidaridad y tolerancia que nos brindan diariamente los animalitos de Dios?, sólo el eco me contestó una y otra vez hasta perderse en el infinito...

Al día siguiente, antes de rayar el alba, fui a despedirme de Laura y la hallé convertida en mamá de un lindo corderito... Desde su puesto de vigilancia, Vilka cuidaba el rebaño, sin adivinar que en unos minutos más, nos despediríamos hasta el próximo año... 

PAMPA DE LAMPAS 

Cuentos y leyendas de mesetas frías,

que solo conocen de paz y no de guerra,

sin hipótesis, estrategias, menos teorías;

sino de enseñanzas que nos da la sierra.

 Son los abuelos los que nos dan sustento,

con sus telúricos relatos de fluir lento,

marcando con su experiencia el destino

que nutren el espíritu campesino.

 Por eso, así como el riachuelo hermano,

acompaña día y noche al caminante,

dándole a su cansancio una mano

y agua para su sed errante.

Así también en la puna peruana,

se cosechan lecciones de vida,

que siembra la Naturaleza

en el alma y la cabeza. 

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